En el presente ensayo quisiera repasar sucintamente el nacimiento del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y muy especialmente la figura de José María Albareda (1902-1966), quien dirigió la institución con puño de hierro desde su fundación en 1939 hasta su muerte en 1966, resiguiendo el artículo de Antoni Malet1 que vimos en el aula. Aunque algunas narrativas históricas insisten hoy día en aseverar que el CSIC no es más que el heredero de la Junta para Ampliación de Estudios (JAE), con simples alteraciones cosméticas -por ejemplo la propia página web del CSIC2-,la tesis de la continuidad es sin duda muy cuestionable. La Junta fue rápidamente desmantelada, incluso antes de terminar la Guerra Civil, por el gobierno fascista de Burgos y CSIC fue concebido desde el inicio como un polo completamente opuesto al carácter liberal de la Junta. Este espíritu reformista que irradiaba de la JAE chocaba, evidentemente, con el nuevo Estado Español de la dictadura franquista.
Albareda, Franco e Ibáñez martín en la seddel central del CSIC en 1948
La victoria de los militares sublevados en la Guerra Civil española supuso el fin de la “Edad de Plata” de la ciencia en España. No solo se desmanteló la JAE y su programa, también se llevó a cabo una concienzuda purga en la Universidad para acomodarla al nuevo ideario nacional-católico. En el artículo que nos ocupa, se señala que un 18% de los 540 catedráticos universitarios que había en 1935 perdieron su plaza, bien por ser apartados de sus puestos, bien por marchar al exilio o ser represaliados con cárcel o ejecución. Asimismo, casi un tercio de estos, 173, sufrieron algún tipo de sanción y hay que destacar muy especialmente entre estos a 18 victimas de sentencias de muerte (p. 308). La represión a la vida científico-académica no fue sin embargo una excepción pues ninguna otra esfera escapó a lapurga y posterior adoctrinamiento.
José María Albareada
José María Albareda Herrera nació el 15 de abril de 1902 en Caspe, hijo de una familia acaudalada, de mentalidad conservadora y profundamente religiosa; su padre era farmacéutico, terrateniente y explotaba además una factoría de productos agrícolas. Se licenció en Farmacia por la Universidad de Madrid en 1923 y dos años más tarde en Ciencias Químicas por la de Zaragoza, donde se inició en la investigación científica. Se doctoró en Farmacia en 1928 y se especializó en la ciencia del suelo -edafología-. Cabe destacar que realizó varias estancias en Bonn, Zürich y Köningsberg gracias a una pensión concedida por la JAE donde estudió “química del suelo” o “aplicada a la agricultura” bajo la dirección de Hubert Kappen (1878-1949), Georg Wiegner (1883-1936) y Eilhard Alfred Mitscherlich (1874-1956) respectivamente. En 1931 elaboró su segundo doctorado, en Química, tras realizar otra estancia pensionada en Gales y Escocia donde trabajó para la Rothamsted Experimental Station estudiando la “química del suelo”. En 1934 ganó una Cátedra de Instituto de Enseñanza Media en Madrid que todavía ostentaba en el momento de la la insurrección militar del 18 de julio.
El proceso revolucionario fue particularmente vigoroso en Aragón, con numerosas colectivizaciones agrarias en las tierras ocupadas por las columnas confederales catalanas y la creación del Consejo Regional de Defensa de Aragón, entidad autónoma creada por los anarquistas y con sede en Caspe. Vistos los antecedentes de su familia y los acontecimientos que transcurren en su ciudad natal durante la contienda, su padre y su hermano fueran asesinados en esos primeros días de exaltación y rencor. Albareda, al que podemos imaginar profundamente afectado por este acto criminal, buscaría consuelo y apoyo en la residencia de estudiantes de Josemaría Escrivá de Balaguer, personaje trascendental en su vida, al que había conocido a primeros de 1936. Albareda había quedado cautivado inmediatamente, pese a tener la misma edad, por el “especial magnetismo personal que irradiaba” Escrivá. De hecho, será el decimosegundo individuo en unirse a las filas del Opus Dei (p. 315), llegando a ordenarse como sacerdote numerario de la Obra en 1959.
Jose María Escrivá de Balaguer
Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), fundador del Opus Dei, será años más tarde beatificado por el papa Juan Pablo II. No me detendré aquí a explicar qué es y qué hace el Opus Dei o la vida de su fundador, pero sí quiero apuntar unas ideas que encuentro marcarán a Albareda y transcenderán en su trabajo al frente del Consejo. El Opus se caracteriza por el culto a la personalidad del líder, siempre dentro de una excepcionalmente rígida jerarquía, y muy especialmente la obediencia ciega. «Obedeced, como en manos del artista obedece un instrumento —que no se para a considerar por qué hace esto o lo otro—, seguros de que nunca se os mandará cosa que no sea buena […]» o «Nunca olvides que eres solamente ejecutor» (p. 314) son algunas de las máximas que se encuentran en Camino, la obra más carismática de Escrivá, escrita en 1934. En este conexto no quedaba espacio ninguno para la disensión o el pensamiento crítico.
Los dos, junto a otros miembros del Opus, conseguirán fugarse desde el Madrid republicano hasta la España nacional llegando a su capital, Burgos, a finales del 37 donde Albareda trabajará como colaborador de la Secretaría de Cultura. En esos días, el Ministerio de Educación Nacional del gobierno rebelde lo ocupa el político derechista y profesor universitario Pedro Sainz Rodríguez (1897-1986), a la razón amigo personal del general Franco. Sainz, junto a algunos influyentes prohombres como el “camaleónico” Eugeni d’Ors (1881-1954), querrán articular una nueva institución para promover la investigación y la educación científica entorno a la figura del Instituto de España. De hecho, este primer gobierno de Franco ya ha disuelto la Junta legando todas sus funciones y bienes al Instituto. A priori, el plan del Instituto de España no supondría un gran cambio para con la manera de trabajar o gobernar internamente la JAE. La idea es más bien la de “limpiar de rojos” la ciencia española, purgar a fondo la institución y muy especialmente asegurar su “obediencia y gobernanza” mediante la designación de individuos afines al proyecto franquista. Pero este plan, tiene un germen de liberalismo que le hubiera permitido construir proyectos controlados por otro organismo ajeno al Ministerio de Educación Nacional, alejándose así de la idea de férreo centralismo del nuevo estado.
Albareda junto a José Ibáñez Martín (1896-1969), destacado militante de la Renovación Española de Calvo Sotelo, serán mucho más beligerantes con la JAE y muy concretamente con su manera de cultivar la ciencia. En particular señalarán estos cuatro defectos: 1.- La Junta “es un nido de rojos” que la emplean para la “propaganda de sus ideas materialistas y ateas”. 2.- Ha fallado promoviendo la investigación dentro de la Universidad española. 3.- No ha dado prioridad a la ciencia aplicada y la tecnología dentro de su programa. 3.- La Junta es un organismo liberal, en el sentido de que las líneas de investigación son aquellas que los jefes de equipo prefieren y no los “campos de reconocida importancia estratégica”.
Así encontraremos que al finalizar la Guerra, el modelo centralista y autoritario del CSIC prevalecerá sobre el del Instituto de España. Albareda y Sainz, señalados como Secretario General -puesto que ocupará hasta su muerte en 1966- y Presidente respectivamente, imprimirán una total sumisión del nuevo organismo al Estado, vía Ministerio de Educación Nacional, considerándose a si mismo como el “Estado Mayor” de la investigación científica española.
Como vemos en el texto de la ley fundacional del CSIC, cargado de esa barroca retórica de la “unidad de destino en lo universal”, el recién fundado Consejo Superior de Investigaciones Científicas «estará integrado por representaciones de las Universidades, de las Reales Academias, del Cuerpo Facultativo de Archivos, Bibliotecas y Museos, de las Escuelas de Ingenieros de Minas, Caminos, Agrónomos, de Montes, Industriales, Navales, de Arquitectura, Bellas Artes y Veterinaria. […] investigación técnica del Ejército, […] las Ciencias Sagradas». Es interesante ver cómo los distintos cuerpos de ingenieros seguirán conservando ciertas parcelas dentro de la ciencia española, así como los militares ganarán mucha proyección en este modelo. El ministerio de Educación será plenipotenciario en todo lo relacionado con la investigación o la docencia: «Se autoriza al Ministro de Educación Nacional para interpretar, aclarar y aplicar esta Ley, así como para dictar cuantas disposiciones complementarias juzgue oportunas».
Inscripción que celebraba la victoria de Franco en el frontal del edificio del CSIC, retirada en 2010
Albareda concebirá la «nature as a second book of revelation whose reading leads humankind to God» porque «la creación es un pensamiento divino» y considerará a la ciencia «moralmente ciega» lo que le llevará a aseverar que esta «necesita ser guiada» (p. 323). Clamará por la distinción entre el progreso cientifico-material y el moral en una «civilizacion superracionalizada» como la nuestra, que «necesita volver a Dios para poner un poco de orden». «Nowadays society knows how to make good scientists out of young people but does not know how to turn everybody into a good person» criticará, y tendrá muy claro el camino que ha de emprender la nueva investigación científica española: «leading to God instead to self-glorification» (p. 324). Pese a esta retórica moralista, vemos como el CSIC lleva a cabo importantes investigaciones de carácter militar, armamentístico o industriales desde su fundación. Seguramente por aquello de que la ciencia no solo patrocina al desarrollo de la ciencia y la industria, si no que también contribuye al «prestigio internacional» de la nación(p. 320). La única excepción al monopolio del CSIC serán las cuestiones relacionadas con la física nuclear, que se coordinarán desde la Junta Nacional de Energía Nuclear desde 1951.
Quisiera, antes de terminar, mencionar brevemente el caso de la Universidad de Navarra. Puede parecer relativamente sorprendente la aparición de esta universidad privada en un régimen que ha pretendido centralizar y controlar toda la educación bajo su estrecha supervisión. Pero no lo será tanto si examinamos más detenidamente su fundación, promovida por el propio Josemaría Escrivá que ofreció, muy hábilmente, el rectorado a Albareda desde el primer momento,quien se ha mudado permanentemente a su congregación desde el fin de la Guerra. Las redes clientelares de Albareda, todopoderoso en el sistema de investigación científica español durante décadas, explicarán para algunos historiadores el poder que conseguirán los tecnócratas del Opus Dei en décadas posteriores (p. 329) dentro del régimen franquista.
Como conclusión, quiero mostrar unas pocas cifras para ilustrar el paso de Albareda por la Secretaría del CSIC durante las décadas centrales del S. XX. Según el texto (p. 332), antes de la Guerra había menos de 100 investigadores a tiempo completo en por los más de 2500 en la década de los 60, cuando el CSIC perderá el monopolio de la investigación en favor de la universidady especialmente gracias a la Comisión Asesora para la Investigación Científica y Tecnológica (CAICYT) fundada de 1958. El presupuesto en investigación también crecerá de los exiguos 15 millones de pesetas de 1940 hasta los más de 626 millones de 1968, aunque habría que matizar mucho estas cifra debido a las sucesivas oleadas de inflación económica de esas décadas. Pero podemos encontrar otro dato que sí es claramente indicador del gran crecimiento en la producción científica española: en 1960 hay unas 60 publicaciones especializadas frente a las 8 que había antes de la Guerra. Como vemos, sí hubo un gran crecimiento en lo referente a la investigación científica en la España de mediados del siglo XX, aunque evidentemente sesgado y profundamente adoctrinado. Lamentablemente, nunca podremos comparar estas cifras con las que hubiese conseguido la JAE si hubiera podido desarrollar su labor durante esas décadas, lo que nos permitiría una excelente comparación cuantitativa y, con un poco más de trabajo, un interesante contraste en lo cualitativo.