La «edad de plata» de la ciencia española
Me gustaría presentar aquí un pequeño resumen de las analogías encontradas entre los textos de Sánchez Ron y Roca-Rosell y el de Nieto-Galan que analizamos en el aula durante la sesión de estudio del estado de la ciencia en las españas de principios del S. XX y en concreto el papel desempeñado por la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE). Creada gracias a los esfuerzos de los intelectuales liberales reunidos en torno al influyente proyecto de renovación pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), fue fundada en 1907 y presidida por el ilustre Santiago Ramón y Cajal, desde el inicio hasta su muerte en 1934. El espíritu liberal y de reforma que irradiaba la JAE chocaba, evidentemente, con el nuevo Estado Español que nacería al calor del nacional-catolicismo de la dictadura franquista. Incluso antes de terminar la Guerra Civil, el gobierno provisional fascista de Burgos decretaría su absoluta disolución.
Instalaciones de la JAE
Lo primero y más evidente de los dos artículos es su intención, expresada sin ambages en ambos, de mostrarno que pese a las muchas miserias de la ciencia española de esa época, no encontramos un completo páramo en lo referentes a la investigación. Sánchez Ron y Roca-Rosell, cuando se refieren al Laboratorio de Investigaciones Físicas (LIF), lo hacen hablando del «first research laboratory of any significance in Spain. […] This state-supported institution was not attached to any university» (pág. 127) y Nieto-Galan matiza que «It was valuable, but not isolated, and was excessively dependent on a single institution, the Instituto Nacional de Física y Química» de la JAE (pág. 169).
Los dos textos se centran en las figuras que dan vida a los respectivos laboratorios. Por un lado, el que sería director del Laboratorio de Investigaciones Físicas -fundado por la JAE en 1911- y apodado como “Padre de la física moderna española”, Blas Cabrera y del otro, García Banús; alma del Laboratorio de Química Orgánica (LQO) de la Universidad de Barcelona. Este último caso es especialmente curioso, pues se trata de un laboratorio de investigación dentro de la universidad, situación absolutamente excepcional en una época en la que la universidad sólo pretende formar profesores y no investigadores (S.R. y R-R. pág. 138).
Blas Cabrera en el LIF
Blas Cabrera nació en 1878 en Arrecife de Lanzarote y se licenció en Ciencias Físicas y Matemáticas en la Universidad Central de Madrid, doctorándose en Ciencias Físicas en 1901. Descrito como un experimentalista interesado especialmente en las propiedades magnéticas de la materia, vio la necesidad de solicitar un pensionado de la JAE para mejorar su formación teórica en distintos laboratorios físicos europeos, al ser señalado como director del LIF.
El profesor Antonio García Banús
Por su parte, García Banús nació en 1888 en el seno de una familia acomodada valenciana, sobrino del pintor Joaquín Sorolla, y también viajó a la capital del Reino para obtener su licenciatura en Ciencias Químicas en 1910. Continuó su formación, como pensionado de la JAE, en la Eidgenössische Technische Hochschule (ETH) de Zürich donde preparó su doctorado en química orgánica, en el nuevo campo de los radicales libres, en el laboratorio de Julius Schmidlin. Durante esta estancia en Suiza, se granjeó una buena reputación entre sus pares germanoparlantes, publicando artículos relativamente influyentes en sus revistas y llegando a innovar en distintas técnicas y aparatos para la síntesis y aislamiento de los trifenilmetilos.
Como podemos ver, era un común entre las clases pudiente de principios del siglo pasado abandonar su periferia natal para ir a formarse a Madrid. Así mismo, es claro el papel que juega la JAE en la formación de los investigadores mediante las becas en el extranjero. De hecho, los dos constituirán la espina dorsal de sus respectivos laboratorios a partir de estas experiencias. Estos casos nos muestran claramente una modernización de la investigación científica española, donde hay que notar que antes de la fundación de la JAE apenas existían algunos estudios avanzados sobre astronomía y meteorología dentro de nuestras fronteras. Los trabajos de investigación en química o física eran prácticamente inexistentes, aunque la formación de los distintos cuerpos de ingenieros en estas materias solía ser bastante sólida.
Anales de la Sociedad Española de Física y Química
Es tristemente destacable el hecho de que la originalidad de los dos investigadores parece esfumarse al sumergirse en el ambiente español, poco propicio para la investigación. Además el alcance de sus publicaciones se ve reducido casi en exclusiva a los Anales de la Sociedad Española de Física y Química, sin llegar a trascender en el extranjero. El caso de García Banús puede ser paradigmático: «Teaching duties, the writing of chemistry textbooks and institutional commitments became progressively more important than research in this peripheral context» y además «teaching duties diverted him from top-level research, and from the task of recruiting more students, obtainig the necessary laboratory equipment and guiding research projects» (N-G. Pág: 182). Seguramente, a demás de la falta de “ambiente científico”, influía fuertemente la necesidad de complementar el sueldo de profesor universitario de alguna manera, pues es conocido que este salario no permitía vivir con muchos lujos y es común encontrar a los docentes de la época dedicados a una segunda actividad.
Los dos investigadores mantendrán muy viva su red de contactos internacionales, que forjaron durante sus estudios en el extranjero como pensionados de la JAE. Emplearán estos contactos para enviar a sus más aventajados pupilos, siguiendo con el programa de becas de la Junta, para que consigan una mejor formación en investigaciones avanzadas. Pese a todo, esta fantástica formación no aseguraba un buen futuro como investigador: «the universities had no way of profiting from so many trained scientists; on the contrary, they would spoil their scientific potential» (S.R. y R-R. pág: 136). Recordemos que el caso del LQO de García Banús es una excepción, y parece ser una empresa movida por el ímpetu personal debido al total «lack of support from the university authorities» (N-G. pág: 176).
Importante papel juegan las subvenciones del International Education Board (IEB) de la Rockefeller Foundation en el devenir de los dos laboratorios. Los reports de la IEB apuntaban a Barcelona como el “centro de progreso en España” y hablaban particularmente bien del LQO de García Banús (N-G. pág: 176), pero muy especial fue su influencia en el caso de la JAE, ya que en 1925 se firmó un preacuerdo entre el Gobierno, la Junta y la IEB para crear en Madrid un gran centro de investigación de física y química. La Fundación de Rockefeller pagó unos 400.000 dólares para la creación del que sería un espléndido centro de investigación científica: el Instituto Nacional de Física y Química, inaugurado en 1932.
El nuevo edificio del Instituto Nacional de Física y Química
Con la victoria de los militares insurrectos en 1939, nuestros personajes se verán forzados a exiliarse en América. García Banús, con su cátedra abolida, se marchará a Colombia donde fundará la Escuela de Química de la Universidad Nacional de Bogotá y más tarde se moverá a Venezuela, donde morirá en 1955, fundando el Laboratorio de Investigaciones de Química Orgánica de la Universidad de los Andes en Mérida. Vemos como nuevamente repetirá la experiencia de intentar implantar sus conocimientos en el campo de la investigación en la periferia. Por su parte, Blas Cabrera se exilió en México y fue acogido por la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma donde trabajó como Profesor de Física Atómica y de Historia de la Física hasta su muerte en 1945.
Como conclusión, los dos textos insisten en que sendos laboratorios pueden ser considerados, más o menos, Research Schools según los postulados de Gerald Geison3: «a small group of mature scientists pursuing a reasonably coherent programme of research side-by-side with advanced students in the same institutional context and engaging in direct, continuous social and intellectual interaction» (Geison, op. cit. Pág. 23 ). Si bien es cierto, que la falta de continuidad que implica el trágico desenlace de la Guerra Civil, así como las innumerables dificultades a su labor derivadas del atraso del sistema académico español, hacen muy difícil que estás instituciones puedan cumplir con exactitud los 14 requisitos que enumera Geison en su artículo canónico. No obstante, son dos brillantes ejemplos del estado de la ciencia dentro del panorama español de principios del XX.